En general, se considera que una piel normal está bien equilibrada, lo que es una característica de una piel visiblemente sana. Los tipos de piel normal tienen el equilibrio ideal de hidratación y producción de sebo, lo que ayuda a mantener su resiliencia ante la resequedad, el exceso de oleosidad y los agresores ambientales. Este equilibrio se logra mediante procesos eficaces de la piel para ajustar su retención de la hidratación y secreción de sebo, lo que garantiza que se satisfagan las necesidades según las diferentes condiciones ambientales. La capacidad de la piel para regular eficazmente sus niveles de hidratación ayuda a preservar su elasticidad, lo que contribuye a una textura suave y tersa que suele relacionarse con una piel de aspecto juvenil. El estado de equilibrio de la piel normal también está relacionado con su capacidad para repararse después de la exposición al sol, al viento y otros elementos. Estos factores combinados demuestran por qué una piel normal suele ser un indicador de una piel sana.